7 sept 2009

Escuchemos el silencio
Por Sergio Sinay
Domingo 24 de agosto de 2008 Publicado en diario de hoy

Señor Sinay: "El silencio, esa forma inmutable e infinita, sin límite. Creo que, cuando hablamos, lo que buscamos en verdad es llegar al momento en el que se produce el quiebre y se forma el gran abismo entre el silencio y el sonido, porque el silencio produce la razón. Soportarse a uno mismo, soportarme a mí mismo, equivale a dar paso y expandir mi propio silencio, que contrasta con todo el sonido de fondo con el que me encuentro. A veces pienso que no nos soportamos a nosotros mismos, que tratamos de asesinar el silencio, de zumbar sin razón, porque el solo hecho de no producir ningún sonido nos haría dar cuenta de la fragilidad de la cual estamos hechos". Emilio Nahuel Fonseca
El silencio es retenido, el sonido debe ser constantemente renovado. Pero si el sonido no tiene la posibilidad de morir, no tendríamos tampoco la posibilidad de repetirlo o, aun mejor, de reemplazarlo con otro sonido diferente. Sin el silencio no podría haber música". Quien escribe esto, en The Concept of Music (El concepto de música), es el neozelandés Robin Maconie, prestigioso compositor y pianista, doctorado en Psicología de la Música. No sólo la música sería imposible sin la existencia del silencio. Tampoco podríamos acceder a la voz nuestras de emociones, a nuestros ritmos internos. Sin el silencio quedamos aislados de las múltiples, interesantes, sabias palabras de nuestros aspectos interiores.
Dice aquí mismo el amigo Emilio que al instalarnos en el silencio nos damos cuenta de nuestra fragilidad. Esa fragilidad, de la que a menudo nada queremos oír, no es una deficiencia de nuestra condición humana. Ella da valor a nuestros logros, potencia nuestras destrezas, nos impele a apreciar la vida, y la vida se aprecia a través de los propósitos con que la enriquecemos. Asustados de nuestra finitud y de nuestra fragilidad, procuramos aturdirnos para soterrarlas. Tratamos de compensarlas de manera compulsiva y disfuncional. El psicoterapeuta jungiano, escritor y ex seminarista Robert Moore lo observa en El cuidado del alma: "Estamos excesivamente ávidos de diversión, poder, satisfacción sexual y cosas materiales. Pero, sin alma, cualquier cosa que encontremos será insatisfactoria, porque lo que verdaderamente anhelamos es el alma. (Si nos falta) intentamos atraer grandes cantidades de seductoras satisfacciones creyendo que la cantidad nos compensará la falta de calidad".
La cantidad de ruido no compensa la necesidad de silencio. Ruido son los sonidos físicos: oídos taponados las 24 horas por audífonos, por celulares que nunca se apagan, por bocinazos evitables, por conversaciones en las que cuanto menos se dice más se grita, por televisores encendidos aunque nadie los mire. Ruido es llenarse de "relaciones" para no estar solo ni un segundo. Ruido es saturar la agenda de actividades y de tareas muchas veces postergables y prescindibles para sentirnos "ocupados" y no vacíos. En todas sus variables, el ruido nos priva del silencio, de ese espacio donde escuchar nuestras necesidades profundas, donde oír el hambre postergado de nuestro ser. Así como la música es también el silencio que separa y armoniza las notas, en el fluir de nuestros días necesitamos instalar el mutis (la quietud, la reflexión, la contemplación) junto a los sonidos (la actividad, los actos exteriores, los encuentros). Instalado así, el silencio no nos aísla. Permite diferenciarnos, tomar contacto con nuestra singularidad, percibir desde allí la totalidad de la que formamos parte indisoluble y volver a integrarnos en ella de una manera consciente.
Por supuesto, en ese silencio interno acaso escuchemos algo que no queremos oír, que nos inquieta. Pero acallarlo con ruido no significa hacerlo desaparecer, sino incrementar la angustia o el malestar que nos provoca. Y, también, paralizar toda posibilidad de atender a ese dolor como merece y necesita. Escribió Pablo Neruda: ... Porque pido silencio/ no crean que voy a morirme./ Me pasa todo lo contrario/sucede que voy a vivirme/ sucede que soy yo y que sigo...
Hay mucha vida en ciertos silencios.

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